"Mente Fuerte" El caramelo Volador

19.10.2019

Agarra tu taza de café más grande, hoy vamos a juntar dos grandes pasiones en mi vida, los cuentos y mamá.

Es importante aclarar de ante mano que es una historia real, no hay datos inflados y aunque cueste creer, es realmente así de principio a fin. Pero vamos a contarlo como un cuento.

Comencemos...

El caramelo volador.

De chico, en el autobús que nos llevaba al colegio y nos traía a casa pasaba de todo. Claro no teníamos ni celulares, ni "GameBoys", ni nada, nos divertíamos cantando "chofer chofer..." contábamos autos, nos pegábamos en el brazo según marca o modelo. No todo era divertido, no existía la palabra "bullying", pero si todas sus formas, aunque en mi autobús era muy sutil, simplón, a esa edad dolía y asustaba.

Una de las "bromas" y entretenimiento para pasar el tiempo, era escupir caramelos a los autos. Si así de "bromistas", así de asquerosos como suena. Uno de los chicos traía caramelos para todos, ¡Pero de ahí a que te descubran comiéndolos!... porque no los convidaba, los traía para escupir, y si no lo escupías... bueno realmente nadie nunca supo que pasaría si no los escupías, pero todos teníamos miedo igual.

Yo era de los que no resistían al gusto de un "sugus" y mucho menos a la acidez de un "fizz", romper rápidamente su cobertura dura para ese picor en la lengua que desprendía era de mis mayores placeres. Y si, yo era de los que se los comía sin escupir... ahora no me voy a llenar la boca (no de caramelos) sino de palabras, como ser:  "no lo hacía por que no corresponde escupir a los autos"; "eso estaba tan mal que hasta me los comía para que sea un caramelo menos escupido" como todo justiciero. ¡Pero no! Lo cierto es que me los comía, por angurriento y nada más.

Mis compañeros se llenaban la boca y "PUF" escupían a los autos. Este chico empezó a traer más y más caramelos para esta "broma". Y cada vez se perfeccionaban más, ya no alcanzaba con ponerse un caramelo solo en la boca, sino que ya se competía por quien escupía más caramelos a la vez.

Y como iba a pasar, tarde o temprano me iban a descubrir y lo hicieron. Me puse tantos "sugus" como pude en la boca, hice mi típica actuación de "PUF" y quedarme mirando por la ventana, sin masticar, sin mover la mandíbula, escondiendo el caramelo en mi boca, esperando a que el próximo prepare su proyectíl, y cuando no estaban las miradas en mi... disfrutar de mi delicia. Saboreaba el caramelo y me sentía el más victorioso.

Pero ante la cantidad de caramelos que iba a creciendo, ya me era imposible ocultarlos. O escupía o me atragantaba, y eso pasó... me atraganté.

Todos descubrieron mi mentira, enseguida el grupo volteó a mirarme y reclamarme "eyyy estas comiendo los caramelos" "todos nos aguantamos de no comerlos" "o los escupes o..." el miedo a ese o... que nunca supe que sería, fue automático.

Me negué, como un mentiroso cobarde, dije que no los escupí porque me atraganté.

Como tomo cobarde que en el paso siguiente se hace el valiente, dije "dame, dame un caramelo que lo escupo".

Recuerdo hasta que caramelo fue, el "fizz", que delicia, que desperdicio, que maldad sin sentido. No me daba lástima ningún auto, me daba lástima mi "fizz", esa acidez que nunca jamás iba a encontrar mis papilas.

Me puse el caramelo en la boca, y tomé la bocanada de aire que necesita un adicto frente a su adicción y decir "hoy no me vencerás". Me inflé de coraje y escupí el caramelo, pero no me preguntes por qué, cuando miré a mi víctima, ahí sí me dio lástima, sentí que estaba mal. Me acobardé miré al cielo y apuntando a la nube más alta lo escupí.

Nunca fui bueno en física, creo que no había tenido ninguna clase tampoco hasta el momento, hablamos de chicos de primario. Pero ni en la mejor clase iba a imaginar semejante anotación de la gravedad, que el "fizz" iba a tener una trayectoria tan hermosa como para elevarse en los aires, hacer un arco perfecto entre la distancia de la ventanilla del micro y la ventanilla del auto. El caramelo no solo ingresó por una pequeña rendija entre la ventanilla y el marco, sino que el muy travieso se acomodó en el bolsillo delantero de la camisa del conductor.

Sí, esto es cierto, no es exageración, no es un invento, sé que parece un cuento de película, acomodado y maquillado, pero realmente el caramelo viajo y se le derritió en el bolsillo de la camisa blanca, cuando era un "fizz" de frutilla rojo, que se derritió manchándolo como una escena de un crimen.

El hombre del auto se indignó tanto (y con razón) que detuvo su auto frente al micro y lo obligó a parar, se subió al micro y todos vimos la camisa del hombre. La mancha roja del "fizz" largando su acidez. Todos teníamos miedo, el aire era espeso, pero la camisa blanca, la cara del hombre indignado, la mancha roja que se agrandaba frente a nuestros ojos, provocó el mayor caos... no se sabe quien fue el primero que explotó la carcajada, solo se sabe que nadie más pudo contenerla. Los gritos del señor ya no se escuchaban, los gritos de Carlos, nuestro chofer, tampoco. Solo risas, pataleos y el "fizz" derritiéndose.

Al hombre la indignación le crecía, tanto como la impotencia de la situación. No le quedó más que ir al colegio, pedir "datos" como un denunciante y llegar hasta la misma dirección. (Pero esto yo todavía no lo sabía).

El tema se agrandó tanto dentro del colegio como el tamaño del mismo caramelo... "¿quién fue?... no lo hagan más" pero esos ... esperando el ¿Quién fue? Eran temibles...

¿Y dónde esta mi madre en toda esta historia? Te preguntaras...

Como todo niño de 8 años con cara de "acá no paso nada" "yo no fui" "y nos vemos en la próxima" así entre a mi casa, no dije nada. Merendé las delicias de mi madre, y nos dispusimos a bañarnos. Cuando estaba en la bañadera, sano, cálido y entero, "limpiando" mis impurezas el tema no había concluido.

En forma de estruendo sonó el teléfono en casa ¡¡¡RING RING!!! Bueno ya se me va el escritor de las manos.

La cosa es que el teléfono sonó normal, como todas las veces, mi madre fue quien contestó, y después de unos balbuceos que no comprendí, entró hecha una furia al baño "MAURO" fue lo único que tenía que escuchar para saber lo que pasaba, ese tono, ese poder de cortar el aire en la última sílaba, ese miedo me paralizó.

Continuó firme y furiosa "¿vos escupiste un caramelo a un señor?"

"Si" dije yo apichonadísimo, mientras salían burbujitas a mis espaldas que no voy a explicar de qué...

Mi madre furiosa, indignada, parada en la puerta de la bañadera... comenzó a reír, pero una carcajada amorosa, compañera, cómplice...

"¿Cómo hiciste para meterlo en el bolsillo de la camisa?" me preguntó entre risa y risa.

Yo no sabía que hacer, si reírme o llorar. Pero lo cierto es que dijo "Esperame" y ahí mismo me quedé, bien sentadito y calladito.

La escuche que terminó de balbucear al teléfono y volvió.

"Bueno, termina de bañarte y contame porque no lo puedo creer"

Todavía es una historia donde al recordarla nos tentamos de la risa, todavía nos preguntamos como fue posible ese recorrido del caramelo, y seguimos riendo.

Gracias mamá por no pegarme.

Me enseñaste a tolerar, a reír en las desgracias, a acompañar al equivocado, a escuchar a la víctima cuando tiene el cartel de "culpable". A decir la verdad sin miedo.


Lo cierto es que tengo tres historias más, pero seguramente como yo, estés tan cansado de leer, al ponerme a corregir me parece que hasta acá es suficiente.

Te dejo los títulos de las otras 3 historias, y puedes votar por alguna o por las tres para que la suba en un futuro, para saber de ti, si te interesa este tipo de posteo, que me alentará enormemente a seguir...

"El examen de la muerte"

"Las gafas de sol"

"El título" (el título es el título)

Lic. Mauro Turano

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